jueves, 29 de diciembre de 2011

Berlín

Me entronco en tu revés.
Piso fuerte las tripas en un tras-tras. No hay odio en lo que hago.
Hagolo simplemente.
Berlín sigue fuerte; canta canciones de mala muerte en un tugurio acolchado.
Lo veo después de tomarme unas cuantas raciones de mi angustia en este estar sólo, indiferente tierno, acreditado en un baño de una estación terminal mientras afuera la nieve canta desiertos; nunca podría besarte enroscando mi lengua en tu lengua.
Unos cuantos de esos polvos que el tiempo dispersa secos entre tu piel y mi piel que sé llena y sé va.
No se mantiene cómo en aquel aniversario en donde la sangre, siempre que es sangre, se va por la garganta y me ahoga.
Te llevo a través de un pasillo con empapelados que arden.
Golpeo una puerta; nadie sale porque nadie hay.
Te sostengo de la gargantilla; te me caes desvaneciendo en perfume barato y cosquillas en las axilas, paso el cuchillo y corto los tendones mientras la bañera hierve de rojas roscas que labios posan, para aletear e irse tenues en una desbandada solemne.
En el silencio, tras-tras con el cuchillo espeso; que el humo recorta tu voz en ese tugurio mientras cantás acolchando las rejas que se sudan en una modificada cura; y no importa que me digas que no te interesa porque tenés otra muerte mordisqueándote la nuca, y no te importa que yo te siga queriendo amortajar esos huesos que son duros de cortar y que el acido no disuelve, como no disuelve el alma que se acobarda en una orden acerada con el sonido propio de cortar a un filo y sacar de revés los anillos haciendo estragos con la piel encima de los azulejos colorados, de un tono profundo de suspiros olorosos.
Te llevo por el pasillo que arde; trastabillas por los tacos altos que no sabes usar.
Te meto con prepotencia en la habitación vacía; y contra el cielorraso que se gotean tiras de frío denso, sobre las sabanas agrestes de tierra rasa, trato de cortar por el pliegue que une en un pespunte silencioso.
Oigo el palpitar de las plumas debajo de la almohada y arde el sonido tapado por los jirones de carne que se van amontonando mientras voy cortando, siguiendo el orden exacto de cada golpe que la muñeca recibe de mi vista y de lo que voy viendo y haciendo hasta escarbar entre los preciosos riscos que corto, en una enumeración prolija hasta que el cansancio me venza, las formas que propongo entre el vapor que desprende la carne y el rojo sucio amontonado en un costado recio de este periplo entre los restos que arden.
Hagolo simplemente.
De esa cintura que se desprende en un ruido seco hasta la parte que más me gustaba. Esa otra suavidad de llanto que no se olvida por el sólo simple hecho de adormecer en instantes de puro deseo.
Y la carne se amontona en fresca abundancia, en otra frontera.
Te muerdo, Berlín, por el codo mismo del terciopelo, tragando toda inútil miseria que vas confrontando contra el morrudo y triste destino de muerte obesa que saca sus pliegues de grasa y deja surcos que ni la tristeza te obligaría a correr el rimel pretencioso en una horda de seguros y sostenes caídos del pecho barbudo al que le pasaba la hoja recién afilada en un perfume barato y algo rancio de probar con la punta de la lengua la guinda rosa y tras-tras, de esos tules.
Piso fuerte las tripas en un tras-tras y acuatizo entre migas de carne ausente; y tras-tras las fuerzas de uno de los pedacitos tan lengua friéndose en el aceite caliente y apenas visto, tocás tras-tras florido reciproco y los huertos colgando tras-tras, tras-tras…

jueves, 22 de diciembre de 2011

Los salones nocturnos

- En especial, ese dedo… Le dije al tipo negro.
Y el tipo negro se lo cortó, de un golpe seco, dado con buen gusto y sabiduría.
La victima (de cuyos ojos llevo siempre un grato recuerdo) solo atinó a dar un salto con gracia, y después, viendo su propia sangre deformando el piso de mármol lustrado, se desmayó.
Deje que el tipo negro y el “Blindado” limpiaran con trapos el piso que tanto me gustaba, y me senté a ver el dedo.
Lo miré detenidamente (el tipo negro y el Blindado jugarían con el resto del cuerpo hasta deshacerlo, como en el pasado, como en el futuro).
Lo di vueltas viendo su uña, el color grasiento de su esmalte, y el hueso blanco que sobresalía en donde el filo había cortado.
Lo guardé en una bolsa color Mendieta y le dije al tipo negro que me consiguiera otra victima.
Ahora, se me antojaba jugar con un testículo pequeño, solo importaba que fuese pequeño.
El tipo negro asintió y me quede en mi sillón favorito, esperando.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Sangre

Me la vendieron por medio litro de sangre.
Los primeros tres días no dijo nada, ni una sola palabra.
Al cuarto día pidió comida. Al quinto, se me apareció desnuda y dormimos juntos.
Ni siquiera eso hizo que yo la llamara por su nombre de pila.
Dormimos juntos todo el tiempo que duró aquella maravillosa época.
Tomábamos vino helado blanco; ella escuchaba, con atención, pero no hablaba, ni habló.
No supe el filoso sonido de su voz, ni el sabor de esa saliva que me pertenecía, aún sin probarla.
Esto duró toda esa época, hasta que me deshice de ella.
Fue muy simple.
Una noche calurosa deje abierta la ventana.
A la mañana ella ya no estaba; sólo toque el hundido lugar en la cama, con las sábanas todavía tibias.
Ese mismo día fuí a dar sangre. Y con lo que me dieron por mi medio litro, compré comida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Entre ríos

Ella lleva las marcas en la cara.
Aún le dura el ruido del miedo en los ojos.
No me mira, mira a mis costados y me pide una moneda.
Ojala pudiera, pienso; sólo me sale mover la cabeza y un no empastado en lengua y saliva seca.
Ella se va río arriba, con la canoa personal que quien sabe a quien ha robado.
Sigo remando con elástica confianza.
Ya hace tiempo que mi bote resiste; sigo remando.
El agua ahora es el mundo.
El mundo es ahora agua y cielo, con esas tormentas de lluvia que ríe el cielo sobre los hombres.
Cada tanto veo una canoa personal; son muchos los que han desembarcado y se unieron a las colonias religiosas.
Yo no lo pienso hacer, por ahora; creo que no soy capaz de hacerlo…
Paso remando frente a la cúpula de una iglesia.
El agua deja ver solo la cruz saliendo del oleaje.
Soy devoto de San Pires, un beato que pronosticó hace mucho tiempo la magnificencia del agua sobre el mundo.
Me dijeron que hay muchos que lo veneran y hasta tienen un sitio en donde lo adoran, en tierra firme.
Ahora, hay saqueadores de tierra; la truecan por alimentos o peces, con un puñado de ella es mucho lo que se consigue.
Sigo remando.
Descubro un bulto entre las ramas.
Lo golpeo con el remo y lo doy vuelta.
La reconozco por las marcas en la cara y el miedo en los ojos.
Le marco una cruz con aerosol de pintura roja y la dejo irse, flotando.
Por los agujeros del arpón deduzco que los que la buscaban la encontraron.
Me cierro más la campera, y remo.
La lluvia me busca para reírse.
Reconozco no saber de que diversión hablan.
Ha comenzado a llover.

martes, 6 de diciembre de 2011

Azul

Albertino se acercó al fuego.
El viejo Borges no lo vió venir; con voz gastada, el joven le advirtió que el bebé estaba todavía crudo.
El viejo Borges graznó y dió media vuelta a la manija.
Entonces, la criatura se empezó a tostar del lado claro.
Desde abajo del ombú, venían los ruidos a jarras y el vocerío del resto de la banda.
Albertino miró de reojo las arrugas del viejo; vió un surco profundo cruzándole la mirada. En los bordes de ese infierno, se encontró a sí mismo marchitándose al lado de fuegos que cocinaban criaturas robadas a pobres paraísos.
Indolente, Albertino le pegó un machetazo al viejo Borges cortándole limpiamente la cabeza.
Solo el fuego fue testigo, con su criatura y la reverberancia de la sangre.
Después de cortar prolijo el cuerpo del viejo, Albertino volvió al ombú con la noticia de la comida lista y que ahora, por fin, habría postre.

martes, 20 de septiembre de 2011

Esclavo

Tenía prohibido mirar a los ojos.
Esa actitud, dicen, desata el infierno.
Entonces, labraron sus parpados con láminas de vidrio dando asueto social a su mirada por el tiempo que durase la custodia de las vírgenes del harén del sultán, autor de sus días según los dichos de las viejas, autor por otra parte de las paredes de su ceguera.
Una noche, en lo profundo de la antigüedad de esa noche, se sintió solo y quiso llorar.
No pudo.
Un canto lo perturbó de tal manera que buscó con sus manos el origen de ese murmullo.
Y encontró otra piel que por el perfume debía pertenecer al harén.
Tocó piel y formas de mujer, sintió cosquillas en su ingle.
Se puso furioso, pero una caricia lo calmó; y pudo ver por primera vez a través de otra voz.
Alguien lo traicionó.
Y fue torturado hasta la muerte.
Antes de ella, supo que el sultán era su padre y la virgen, su madre; pero por un pequeño y astuto cambio en su vida, sus autores eran desconocidos. Simples y arbitrarios verdugos.

viernes, 15 de julio de 2011

Borges comunista

“Pan de nadie, en esa vereda sorda que transpira,
al no lograr llegar a ninguna parte...”


He leído por ahí, entre los carteles que abonan la idea de que todo el mundo que me rodea es analfabeto, que cuando el barco encalló en la isla del Diablo, ya Dreifus estaba obsesionado con Francia.
¿Que quieren decirme con aquello de Francia? ¿Quien necesita el nombre de un país que nunca visitará; y ni siquiera en sueños, soñara cogerse a una francesa? ¿Quienes son los molestos idiotas que transpiran sus camisas de “media gamba” manteniendo en manuscritos la semblanza soñadora de los últimos indios Onas, allá en la lejana Tierra del Fuego?
¿Quien escribe para quien? ¿Para los pocos que saben leer?
Mi país repartió bicicletas para que sus millones de trabajadores no fueran caminando a sus labores en sencillas fábricas, fabricando bellas tacitas de porcelana para tomar el té.
Mi país, que no es Francia, repartió sandalias para que sus millones de trabajadores, vendó los pies desnudos de sus millones de habitantes que caminaban hartos kilómetros para sentarse ante sus rudimentarias maquinas de fabricar rigurosidad. Y en medio de tanta fealdad, la palabra belleza que nadie entiende porque nadie ha quedado a centímetros de la tinta parea transcurrir en el trazo ríspido de la palabra, de entre sus letras, del amor presuntuoso del que escribe con su tinta enrojecida que apenas es sangre aguachenta, sangre enceguecida por la oscuridad de la luz.
Pero, veamos... Estaba encima del barco que encalló en las costas de Dreifus, mientras Francia, laxa entre las piernas de un amante de ocasión, encendía un cigarrillo...

Muertes Modernas

DENNIS WILSON
Vocalista y baterista de BEACH BOYS # Diciembre 1983



El mar es mi próximo hogar. Lo presiento. Cuando cada ola te transporta y notas que su piel te vibra debajo de los pies, sentís lo que sintió Jesús cuando camino sobre las aguas. Esa sensación infinita de no quebrar las reglas inmortales, ese menosprecio por el cielo y por el infierno. Más allá, cuando el sol se ahoga en el límite y las arenas se aquietan, salgo a caminar por la playa. Busco caracoles, me río del salobre gusto en la boca de un beso dado al descuido, y me maravillo por tu sonrisa mientras bailas ligera, en un amague de ternura. Pero estoy solo. Tan solo como un pez muerto, frío, con los ojos saltones de mirada fija; y ya no están los muchachos de la playa haciendo fogatas entre las dunas, ni sus guitarras con canciones que hablaban del amor a los gritos bajo el caliente sol californiano. Soy afortunado. En algún recodo de mi memoria todavía conservo las palabras justas, el sonido claro, y la forma del agua alrededor de mi cuerpo…

sábado, 9 de julio de 2011

Ultimo día en la tierra

El Tano manejaba la cámara, pero temblaba. Las explosiones fueron de menor a mayor. Transmitían todo por una única radio que había sobrevivido. Ahora, los militares tenían preparada la mayor de las sorpresas; la gran bomba, una Via Láctea que fragmentaria todo a su alrededor. Un gran mundo haciendo crack y nadie para contarlo después.
El Tano comenzó a temblar de nuevo, sentí el ruido de su temblequeo y ambos miramos ávidos hacia el horizonte. Unos árabes se arrastraron hacia nuestro pozo. Traian otra radio nueva y mas potente. Uno de ellos me encaro y me dijo que hiciera algo para parar la locura, que ustedes los occidentales iban a hacer daños irreparables. Le dije que lo sentía pero que ya no había nada que hacer. Miramos todos hacia la Meca y comenzamos a orar. Hasta el Tano temblando oro. Luego, pusimos la radio a todo volumen transmitiendo una cuenta regresiva en ingles. Cuando llego a cero, todo se ilumino. Y el Tano dejo de temblar.

miércoles, 22 de junio de 2011

La triada de la Madre Teresa de Calcuta

Construir la muerte a partir de la muerte... Nadie sabe a ciencia cierta como funciona la muerte; si esto que solemos ver a nuestro alrededor se denomina vida, si los que deambulamos entre pares, integrándonos, desintegrándonos, con todas las estrategias posibles en el odio, y el amor se llama vida, así a secas, en un planeta aguado y polvoriento, en una clara vigencia entre la enemistad profunda y la violencia en sincronía con los demás cuerpos... En fin... Me temo que la Fundación de la Madre Teresa de Calcuta va a seguir institucionalizando la pobreza mas intrincada, la dejadez extrema y soliviantada. No hay más que ver... Pasen y vean... Ahí están los huesos casi a la intemperie de, pongámosle, Jordán... No es un nombre Indio; en realidad, no es nativo de estos lares. El es uno de los tantos que se robustecieron en la populosa Calcuta viviendo de quien sabe que y por cuanto tiempo. Pero, allí están sus huesos roídos hasta la endebles grisácea de una piel tirante que apenas lo recubre. Se le da un cuenco de arroz hervido del tamaño prolijo de una mano de niña menuda tres veces por día. Se lo higieniza con trapos húmedos, y sus ojos abiertos la mayoría del tiempo, miran el cielorraso cruzado de troncos y chapas irreductibles.
Jordán, el moribundo, ya esta muerto, solo que nadie todavía le dio el ultimo empujón. Y las huestes de la Madre Teresa lo mantienen vegetalizado, ni más ni menos... Alguien dijo alguna vez: Habría que hacer algo... El dinero del mundo entero entra en la fundación. Pero, solo se le da a Jordán un cuenco de arroz blanco que alcanza solo para que su cuerpo no tenga miseria fisiológica. Y las cámaras de la televisión Alemana (justamente ellos, que pregonaban la limpieza de la raza humana) enfocan los penosos ronquidos de Jordán en su litera vegetal, mientras una periodista, en su idioma, alaba la lucha de la Madre Teresa de Calcuta por erradicar la pobreza. Entérense... Hay que persistir en la hambruna más caótica para que los países ricos prolonguen, en el tiempo, sus dadivas. Solo es ayudar a que un muerto no muera de muerte cruel, aunque técnicamente, ya este muerto.

martes, 24 de mayo de 2011

DUANNE ALLMAN

Guitarrista Y fundador de los ALLMAN BROTHERS BAND # Octubre 1971


Había descubierto que los dedos iban más rápido que el sonido que iluminaba la sala de grabación. Tome una medida de wiskey. Me mire los dedos a la luz de mis ojos. Quizás el crujido de una hoja que se pisa en el viento mojado de este invierno permanente, o los celos de esa chica que me mira por el vidrio. Todo era artesanal. Había estado en muchos sitios a la vez y en ninguno de ellos sentí la extinción y el desahogo de la velocidad como cuando cruzas el parque, entre los árboles, a 180 millas con la motocicleta; y el sonido es un prolongado siseo como si las llamas que te devoran, se apagaran por una lluvia repentina y fría. No cambio esa sensación por nada del mundo… Bah, si esa chica me dice que la lleve a dar una vuelta a bordo de mi Halley, lo haría de buen modo… Dicen que la palma de la mano es la continuación de un camino iluminado por la luna que da vueltas y me llega a ningún lugar. Busco las llaves en el bolsillo. Me olvido el casco en un rincón de la energía y salgo, hacia ninguna parte…

miércoles, 18 de mayo de 2011

Llamado Telefónico

Me costó conseguir su número.
Marqué tembloroso.
Del otro lado, sentí que algo universal se ponía en movimiento; un interminable sonido que llamaba desde el cielo para que la tormenta se desatase y crezcan los relámpagos, y se iluminen las inflables nubes…
-Hola…
No contestó. Es su voz. Tu voz. La voz de ella. Mi voz. Tantas voces recreadas detrás del firmamento, en los recovecos mudos de un cielo mortuorio…
- Hola; sos vos?
- Hola, contesto con llagas en la voz… Como supiste que era yo?
Ella todo lo sabe, todo lo intuye, todo lo supone…
- Me imaginé, dice con candor… Pero, ya han pasado nueve años…
- Pero, ya pasó mucho tiempo desde la última vez…
Esa ultima vez del desfiladero, de la santificación de los héroes, del laberinto mudo del sacrificio…
- Como estas?
Me ayuda en el silencio su voz, infinitamente más poderosa…
- Bien, le digo, extrañándote…
- Porque vos queres…
Me observa desde lo alto de su montaña.
Yo, desde mi llanura, asiento apesadumbrado…
- Tengo una deuda con vos, le digo minimizando el dinero prestado y no devuelto…
- Si, creo que si; faltan algunas cosas…
El inventario es el siguiente: un candelabro con incrustaciones de jade, una pequeña urna de oro macizo, una deidad de marfil, dos o tres gaviotas de alabastro, y restos del mar visto desde la primavera boreal. Un inventario canallesco, por decirlo con simpatía…
- Te debo ciento cincuenta pesos, digo con voz entrecortada…
- Si; y todo lo demás? observó ella con la sabiduría intacta.
Me estremezco. Me siento un bandido al que han pescado justo en el momento de cruzar la frontera…
- Y vos como estas?
Trato de cambiar mi situación obviando lo demás y pasando hacia la habitación del alma…
- Bien. Pero, porque desapareciste?
Su voz cambió. Ahora parecía terrenal, arbórea…
- Me pareció que vos le dabas demasiada importancia a lo material, y desechabas lo otro…
- No. Su voz se tornó espesa. Me pareció que vos no ibas a cambiar; devolverme la plata y lo otro, hubiese sido lo justo…
El cielo ahora era un hervidero de ruidos magnéticos, cantos y sitios iluminados velozmente…
- Además, el que desapareció fuiste vos…
Allí perdí la noción de si era mi voz o la voz de ella la que decía esto ultimo…
- Mirá, es mejor que dejemos todo como esta; dijo ella sin alongar un ápice su distancia…
- Si; murmuré en retirada…
- Algo más… dije… Tengo un poema para vos, lo queres?
- Si, dijo… Anda a la ventana y déjalo volar. Si toma esta dirección seguro lo voy a recibir, dijo entusiasmada y frágil…
- Bueno, adiós…
- Adiós, sentí en la distancia…
Luego, abrí la ventana y comencé a leer.
Cada palabra abría sus alas y desaparecía en la oscuridad. No pude saber que dirección tomaban, pero por la tormenta que amainaba y las nubes disipándose, creo que habían tomado el camino correcto…

jueves, 5 de mayo de 2011

La fiebre en la trinchera sur a un costado de la Ciudad Madre

Habíamos llegado con la unidad ese domingo, de tarde.
Un rato después, el sargento Moyano me mandó con la pala a cavar una trinchera.
En la unidad me decían Camorrero.
Eran esas unidades que se decían de paz, pero que portaban fusiles, granadas de fragmentación y, por sobre todas las cosas, nada de imaginación.
Solo hacíamos lo que nos ordenaban, sin ningún tipo de discusión moral o fáctica.
Lo hacíamos si o si.
Cuando hundí la pala en la tierra, una arenisca dura y maloliente, sentí un quejido.
No le di importancia.
Seguí con otro golpe y el quejido se hizo más agudo.
La tierra comenzó a sangrar; la noche había avanzado lo suficiente como para que yo no lograra discernir si había allí algún cuerpo o era solo mi imaginación.
Toqué con la mano desnuda las paredes del pequeño agujero.
Estaban húmedas de algo viscoso; y al probar de la lengua, dulce.
Una sangre dulce manaba de la tierra, el quejido provenía de ahí.
Me tomé las señales de vida con mi computadora personal.
El soldado Armado Narval, conocido por todos como “camorrero”, estaba físicamente bien, con sus signos vitales inmejorables.
A la luz verde fosforescente del ordenador, pensé que había alguien más allí conmigo, en medio de la oscuridad.
Me puse las gafas de visión nocturna.
No había nadie en la noche; solo la pala, yo, y un agujero por terminar.
Más allá, a un kilómetro, la Ciudad Madre dormía en el sigilo.
Con desgano, di otra palada; y otra vez, otro quejido.
Ahí si, largue todo y di una orden a través del receptor…
- Camorrero aborta misión…
Y me senté a esperar el vehiculo que me transportaría a la base.
El sargento Moyano, un hombrecillo afable y ridículo, oyó con parsimonia mi explicación.
Luego de un sonoro silencio, me palmeó el hombro y me dio su parecer…
- Este es un país invadido, Camorrero; nosotros somos los invasores y la tierra lo sabe. Sabe mas que los lugareños, que solo son sus invitados… No se preocupe. La próxima vez no use una pala, use explosivos… Vaya nomás, soldado…
A la mañana temprano, dinamitamos amplias zonas del sur de la llamada Ciudad Madre, desde ese momento rebautizada Ciudad Liberada.
No sentimos nada; solo la algarabía de las explosiones.

miércoles, 6 de abril de 2011

Muertes Modernas

1 BON SCOTT Vocalista de la banda de rock Australiana AC/DC # Abril 1980 Aun no se había formado la noche. La escarcha estaba tierna. A los costados de la carretera veía gente deambulando con el frío mientras gesticulaban y me decían… “Adelante, Bonnie; pisa la velocidad, desenrrollala, y hacela parte de tus huellas… Se me terminó el volumen de la bebida… Cuando se te seca la garganta y necesitas con urgencia un bocado mas del generoso alcohol, y todo lo demás te importa un bledo, y no sabes de donde sacar, aunque estos sean tiempos de bonanza, y el automóvil vuelca, quizás por indiferencia o porque no importa mucho quien es el que recibe los golpes… Y allí me doy cuenta que la piel es mucho mas débil que un trozo de hierro retorcido que como un tirabuzón gigante te saca el corcho que tapa el alma… El ultimo trago… Y no tengo fuerzas para cerrar las ventanillas, y el frío seca las gotas de sangre, y los ojos se te quedan, y viene uno de tus ‘’fans’’ y te dice asomándose al agujero del corazón… Bonnie, bien hecho; has llegado al final…”

sábado, 22 de enero de 2011

La Mujer en la Curva del Muerto

Soy el fantasma de una mujer muerta hace incontables años.
De ella todavía mantengo esa fascinante premisa de agacharme para orinar. Pero nada sale de mi vejiga, no hay un hilo flexible de liquido ámbar mojando las piedras tenebrosas del paisaje en donde vago, sin siquiera notar diferencias entre el modo y el por qué.
Sé que soy mujer y fantasma.
Tengo ciertas inflexiones de ambas, que voy perdiendo a medida y ritmo de lo habitual.
En el lugar en donde vago hubo una guerra.
Las cruces se van deshaciendo como azúcar en el vaho suave de las lunas que aparecen y desaparecen.
Hay mayores ruinas que en otros tiempos; las de estos momentos mantienen la inconstancia y la seguridad que las caracteriza.
Puedo moverme entre los rostros de los sobrevivientes que apenas pasan la música del fuego, salen de sus escondites a reconstruir el ritmo de lo anterior.
El mantener cruces en donde hubo muertos todavía, debe obedecer a cierta retahíla mística desde el principio de los tiempos mantenida, en consonancia con el crucificado. Pero, y a modo de objeción, los descendientes se siguen enterrando.
No hubo ni habrá crecimiento intelectual a partir del aprendizaje por el error.
Creo firmemente en esto aunque a medida que voy comprendiendo, voy desapareciendo un poco más. Ya no me quedan tetas.
Sé que nadie puede verme; he querido reflejarme en algún momento, pero indefectiblemente, algo falla, abonando la fatal percepción de que nadie humano puede verme y al mismo tiempo voy desapareciendo.
Las guerras se van sucediendo continuas y lógicas; solo que su andar tecnológico las va llevando al principio.
Si en un primer momento, hubo dos guerreros con voluntad de matarse mutuamente, hoy, luego de incontable tiempo y por un reduccionismo atávico, vuelve a suceder esa habitualidad. Los veo ejerciendo en su vida diaria y en tiempos de paz, esa arbitraria modalidad de violencia que se hunde en el paroxismo cuando el supuesto tiempo de paz troca a guerra.
He perdido un arete en este continuo vaivén de flotar e ir y venir. Lo busco, al arete, entre dos piedras y encuentro de casualidad una cinta en buen estado. La voz, por acción del sol, surge clara y agradable. Se presenta… “Soy un hombre de unos…tantos años, que quiere preservar para los que vendrán, un poco de…” Y se corta el mensaje. El resto esta muy deteriorado. Han pasado muchos años desde su extinción como hombre, pero hoy se mantuvo y volvió.
¿Será solo un sueño?
Hoy nadie sueña.
La realidad es demasiado extenuante como para lograr un resquicio en donde depositar los anhelos; y aparte, las drogas profundas que han mutado la parte blanda de los seres humanos.
Pero, solo soy un fantasma y encima mujer; o eso creo… No debería preocuparme por los demás, pero…
Como mujer debo mantener en pie el pragmatismo, la dulzura, la creatividad sin vacilaciones; como fantasma debería avanzar en una estrategia dominante, en una elucubración del dolor “per se”. Y es en vano que las heridas cicatricen…
Entre las piedras encuentro todo tipo de “souvenires”. No soy la única que busca y encuentra. Los sobrevivientes también lo hacen, y mientras tanto van perdiendo cosas. Hay muchas cintas que con el sol se activan y dejan oír voces grabadas antaño.
Creí escuchar mi voz de cuando era una mujer completa y estaba enamorada. Pero, la destruí; voy destruyendo cosas, las cosas que no me gustan. Es un rasgo humano que aún me sostiene, pero como todo me va abandonando.
Perdí peso.
Nunca comí convertida en luz tangencial, pero veía una tarta de manzanas y ya me llenaba el estomago.
Lamentablemente va llegando la hora de desaparecer, solo será de un momento a otro como esos espejos de cuerpos humanos que usan para sus guerras y que de golpe se detienen y luego nada, se desvanecen, como dicen algunos que uno hacia frente a un espejo cuando hace mucho existían los silencios.
Aquí llega otra guerra.
Dos hombres que solo ansían ver su sangre correr bajo el sol entre las piedras.
Es una lastima que no pueda ver el final…


lunes, 10 de enero de 2011

La Maquina de Endulzar Memoria

Una amiga me dijo (recuerdo cada exacta palabra en la inflexión de su boca ganada por una explosión de dientes afilados a pura carcajada por los días en los que nos sentíamos a veces de manera totalmente diferente a nosotras mismas; les digo que me tengan un poco de paciencia, es que siempre me voy por las ramas y no detengo el aleteo, es que ese cielo ahí arriba me tienta aun si esta cargado o solo mantiene esa yema amarilla que tanto nos quema prolija); decía, de una amiga, que me contó algo que aun mantengo entre los dedos del recuerdo en un acariciar vago, de tenerlo ahí, a mano, no dejando que se ponga marchito como ciertos rostros queridos que se fueron quien sabe de que modo…
Mi amiga solía hamacar su voz y repetir… “Algún día te voy a regalar la maquina de endulzar memoria…” Y nos abrazábamos porque éramos jovencísimas en esa época, creíamos que todo lo que pensábamos estaba bien, aun lo mas descabellado; que se yo, como tomar un tren y perdernos en el absurdo de campos atravesados por la emoción de tener el pelo lacio, o los ojos delineados de una humedad entrañable, o la de ese muchacho de espaldas amplias que sonreía con su mochila entre los asientos… y nos bajábamos riendo, en una perdida estación con andenes cargados de olor a eucaliptos y esperar recitando poemas de colegio a que viniera a salvarnos el otro tren que subía de contramano por la vida esta.
Un día, no vi más a mi amiga; pido disculpas por no recordar su nombre, no lo encuentro por más que revise y revise las páginas de mis recuerdos, no lo encuentro. Sé que ella tenía los dientes prolijos de tanto reírse y ensanchar el corazón recomendándome su famosa maquina de endulzar memoria.
Ya ves, el tiempo pasó, no se como, pero muy rápido, increíble como un tren loco que no se detiene en los andenes y despeja a su paso las hojas secas de eucaliptos rotos.
Me quede sola en un andén de estación vacía. Sentía que todos mis recuerdos, ante el paso imperioso de los momentos, se volvían amargos; amargos en el modo oscuro de traerlos a este tiempo que no era el de ellos. Me senté en un banco de madera frío. Los pelados eucaliptos de enfrente, vigilaban la noche. Una mermelada oscura que brillaba con pequeñísimos trocitos de vidrio molido y un licor tibio que era una consecuencia de tejados y chimeneas mas allá de mis manos y de querer tocar esa lejanía. Recordé aquella maquina de endulzar memoria; pero, donde andaría…Ni siquiera sabia su forma, ¿tendría una forma determinada de maquina fría haciendo algo que ni siquiera puedo imaginar, emitiendo quejidos indiscriminados, y solo ella, capaz de hacer que ese aroma lejano no me produzca lagrimas, o no me ponga la piel para afuera, o no acelere los latidos, o no me ponga el pecho en mis manos y este se me caiga al piso resbalosamente?
Pero, ahí, en ese anden bajo el murmullo nocturno, sola en medio de la vida, con el ruido a cosas por realizar, a cosas no realizadas; pude recordar que todo no era mas que hurgar en el bolsillo y buscar la única moneda que me quedaba para sacar el boleto y volver, y volverme a las cosas conocidas, exactas en este relieve intenso, en este momento de cifras enormes y alientos a rancias novedades. Una moneda con un sol; eso era lo único que me quedaba. Me pare y fui hacia la luz debajo de un techo de tejas. La ventanilla estaba cerrada. Había un cartel. El tren volvería a pasar dentro de exactamente dos horas. El último tren.
Me abroché el último botón del gabán con prolijidad. No había boleto, no había tren. Miré a mí alrededor. Entonces, ocurrió un milagro o algo parecido. La vi parada ahí, plateada, despidiendo luces de colores; era mi maquina de endulzar memoria. Me sentí ferozmente querida, algo se hundió en mi estomago y volvió a salir, paralizó la tierra en la que yo crecía hacia todos los recovecos. Era yo y mi maquina ensayando un paso alegre a la eternidad de este momento. La maquina tenia una ranura y un cartelito: “Introduzca la moneda”. Con algarabía de poema, puse la única que tenia, y espere, espere ese dulzor que tenia que llegar por toneladas para poderme escapar de los rostros, de los gestos, de las manos, del silencio de esa muchedumbre que espera mas y mas de vos. La maquina solo escupió un caramelo.
Me sentí decepcionada; con esa moneda tenia el viaje asegurado, y ahora esto… Pensé en mi amiga, en la maquina, y en que el caramelo tenia que durarme, exactamente, dos horas en la boca.

sábado, 8 de enero de 2011

En Otras Guerras

La vi desnuda.
Lo que me impresionó fue la cicatriz inmensa que le cruzaba todo el estomago hasta debajo del pecho derecho. Las terminaciones de las costuras no eran tersas, mas bien parecían tristes teclas en la sonrisa malhechora de un guasón turgente.
Le pregunté sin protocolos que le había pasado.
Es un recuerdo de mis vigilias anteriores… No le dije nada. Seguí mirando esa vía ferroviaria; toqué con ternura algunos durmientes y esas estaciones con andenes vacíos que no llegaban ni partían hacia ningún sitio.
Recuerdo haber insistido en mas explicaciones y la suave lengua de mi mujer que no decía sino que hacia; y sus palabras en el silencio del amor que se había construido allí, en ese instante entre y alrededor de los dos.
A algunas palabras que decía le faltaban algunas letras.
Al principio, no me di cuenta. Luego, prestando atención di con dos; la palabra ardor que quedaba “ado”, y la palabra permitir que era “periti”.
Se lo hice saber.
Me dijo que su verdugo le había permitido vivir tolerando ciertas quitas. Esta fue una de ellas.
Le dije, entre besos, que me dijera nuevamente ardor y permitir.
Las dijo sin las erres y sin las emes.
Ella no estaba construida de la manera prevista; pero, esto no bajó en nada mis deseos. Amaba a esa mujer.
Después, comprendí que ella estaba también incompleta en el amor.
Me di cuenta cuando comenzó la tercera o cuarta guerra mundial (ya no lo recuerdo; es mas, creo que no es importante)…

…En la violación de la quinta tregua; en algún lugar de la quinta o sexta conflagración mundial…
Los sionistas no tomaban prisioneros.
Hacían un paté multicolor con los que lograban caer. Y se los daban de comer a sus tropas enfermas con el síndrome de estar excesivamente incluidas en los frentes de las ciudades desvanecidas de la India y Pakistán.
En ese barro colorado estaba, cuando reapareció la Teniente Kohan en mi vida, o en lo que quedaba de ella.
Era ella, sin dudas. El amor de mi vida; solo que le faltaba un brazo y tenia una de esas cámaras que todo lo filman.
Me reconoció.
Nos reímos un segundo juntos.
Me dijo permitir. Todavía le faltaba la eme.
Yo estaba, en ese momento, con varios compañeros perdidos por el gas de la locura.
La Teniente nos avisó que pronto tendríamos que ir en busca del Santo Sudario, en poder de los malditos Musulmanes.
Me persigné; y ya, junto a su boca, le pedí un beso.
Me lo dio, aunque sin dentadura; luego, nos despedimos.
Yo iba a una muerte segura. Ella, quizás y a pedido de su verdugo, perdiera varias letras más de su hermoso abecedario…

martes, 4 de enero de 2011

Tiempo Seco

Veo los ventanales como parpadean, como reflejan ese escenario nocturno que va apagando sus luces porque algo sucede afuera y me es desconocido. Estamos encerrados acá, en un piso superior, mirándonos las caras y hasta alguno que otro habla en un susurro quieto como quien descifra idiomas que el aire trae de otra parte. Y no entiendo que hago, entre desconocidos. Una niña morena, un niño rubio, su madre o la esposa de su padre intentan y lo logran, acercarme un vaso con alcohol. Ella, o la madre postiza, me dice que ellos no saben nada, que afuera pasó algo que todos desconocen, que sienten mucho miedo y que la gente muere de pronto, de golpe, en sus lugares habituales. Y ahí quedan porque los demás, los que pululan alrededor no atinan a nada específico… ¿Como específico? Si, digo… Hacer algo; si alguien muere delante de mi, digamos, por un sincope al corazón o algo así, intento esa reanimación que alguien alguna vez me recomendó hacer en esos casos, golpeando el corazón o el lugar en donde este se encuentra, pero… ¿Y si no es así? Digo, si la gente muere por otra cosa y no por el corazón? No sé… La gente se muere. Esa es la realidad. ¿Y como llegaste acá? Recordé que este edificio se encontraba cerca del puerto… Mentí… Entonces, me vine hasta acá para ver si podía escapar… Concluí la mentira… Y me miré el brazo derecho tatuado, vivo, en carne firme y latiendo. Terminé el vaso de alcohol que despejó mi camino interior y volví la mirada hacia fuera. Las luces nocturnas se iban apagando a intervalos regulares. El mundo, tal como lo conocíamos, se secaba y quedaba ahí, quieto, como flores mustias que una mujer ha olvidado en un florero en su comedor diario. La mujer se retiró. En su lugar encontré a otra mujer mucho más anciana y más menuda. Me dijo que Dios así lo había decidido, que era el fin del mundo. Me reí, quizás fuese el alcohol. La anciana me observo con severidad. Alguien dijo que nos íbamos. Hubo un revuelo en la habitación. Los ventanales parpadearon. Pregunte hacia donde partíamos. Un hombre me dijo, con convicción, que había un barco en el puerto para nosotros, que teníamos que trasladarnos dos cuadras hacia el muelle y que allí nos embarcaríamos. Me levanté e intenté salir de ese lugar. Algunos llevaban bolsos y cosas cotidianas, algunos sonreían, otros estaban muy serios. Todos esperábamos que en cualquier instante nos tocara, que la muerte deslizara su huesuda mano sobre el hombro y la vida terminara en ese mismo momento. Insistí en irme de allí. El aire de la noche me golpeó con inclemencia. Íbamos en fila, como condenados de antemano a un castigo innecesario. La anciana me tocó el brazo… Ya ve, Dios nos ha bendecido con la vida y ahora nos maldice quitándola, sin miramientos… Yo sonreí; pensé que Dios no tenía nada que ver con todo esto. Creo que pensé en eso en ese momento y no más tarde cuando nos detuvimos ante una escalera que desembocaba en una abertura en el fuselaje de lo que supuse era un barco tremendamente moderno y desafiante como supongo son las cosas modernas y desafiantes. Entonces ocurrió. Dos o tres hombres delante de mí, cayeron fulminados; pase ante sus ojos abiertos, mirando nuestros cuerpos que aun conservaban la estabilidad y los eludían. Ellos estaban muertos. No era tan malo después de todo. Llegaba así, de golpe, y así nos íbamos, sin alharaca. La mujer anciana se arrodilló y comenzó una plegaria. No pudo terminarla, quedo allí, arrodillada, como un envase seco y entristecido bajo la noche estrellada. Comenzamos a subir por la escalera hacia la abertura. Yo estaba pensando en otra cosa. Sentía los golpes que mi corazón hacia, atravesando la piel en el pecho en donde llevaba tatuado el nombre del que tenia que morir. Los hombres se fueron agrupando en el fondo del amplio salón metálico, con sus mujeres y sus chiquillos. No había llantos ni imprecaciones, solo el murmullo de los arrastrados pasos. Todos sabíamos que nos tocaría, pero no sabíamos ni cuando ni donde. Intuí que mi presa estaba por ahí, en ese montón de ojos que se encimaban en las sombras. El barco pronto zarparía. Me senté sobre una lata; iba a lamentarme en obstinado silencio, de la suerte y sus beligerancias, cuando ella se sentó a mi lado. Tenía el pelo largo y era bonita. Me tomó la mano y agregó en un idioma sensual y totalmente extraño “cuanto lo siento…” y se quedó quieta y rígida, estupendamente muerta. La acomodé sobre un camastro y me levante para ir a la otra punta del salón. Sentí bajo los pies el movimiento. El barco se movía. Se ponía en movimiento conmigo encima de él. Intenté moverme en él como había aprendido en mis antiguos días marineros. No debía olvidar mi objetivo antes que la muerte me llevara. Un hombre apareció a través de una abertura en la pared, con una bolsa. Comenzó a repartir panes entre los sobrevivientes. Mordisquee un pedazo y lo tragué con un poco de agua que una mujer repartía en pequeños vasos de papel blanco. Un hombre me miró y no dijo nada. ¿Me habría reconocido? Me senté nuevamente sobre la lata y cerré los ojos. A mi oscuridad volvió el nombre de mi victima. No pasaron ni veinte minutos de zarpar el barco que más de la mitad de la gente había muerto, quedándose duros y quietos como flores de carne arrancadas del jardín de la vida antes de tiempo o contra su voluntad. En todo caso, no había más que decir acerca de tanta muerte. Me concentre en mi misión. Tenia poco tiempo o mejor aun, escaso margen de maniobra. Quizás pronto me tocaría a mí fenecer y mi misión quedaría inconclusa. Subiría hasta cubierta. Las escaleras de metal eran todas idénticas. Tarde mucho tiempo en ascender. Por donde iba, encontraba miradas ansiosas y severas, todas añorando el haber perdido lo que ahora me pertenecía, mi elasticidad, el movimiento puro y suave de los músculos hacia la claridad. Salí, por fin, a un sol apenas develado cuando me di cuenta que mi propio nombre respondía al tatuaje que tenia en el pecho. Era gracioso aunque demasiado arduo. Yo era mi próxima victima. Me toque y no paso nada. Quizás y en todo caso, mi don había concluido. Me quedé quieto bajo el sol, solo; y me toqué nuevamente…