viernes, 15 de julio de 2011

Borges comunista

“Pan de nadie, en esa vereda sorda que transpira,
al no lograr llegar a ninguna parte...”


He leído por ahí, entre los carteles que abonan la idea de que todo el mundo que me rodea es analfabeto, que cuando el barco encalló en la isla del Diablo, ya Dreifus estaba obsesionado con Francia.
¿Que quieren decirme con aquello de Francia? ¿Quien necesita el nombre de un país que nunca visitará; y ni siquiera en sueños, soñara cogerse a una francesa? ¿Quienes son los molestos idiotas que transpiran sus camisas de “media gamba” manteniendo en manuscritos la semblanza soñadora de los últimos indios Onas, allá en la lejana Tierra del Fuego?
¿Quien escribe para quien? ¿Para los pocos que saben leer?
Mi país repartió bicicletas para que sus millones de trabajadores no fueran caminando a sus labores en sencillas fábricas, fabricando bellas tacitas de porcelana para tomar el té.
Mi país, que no es Francia, repartió sandalias para que sus millones de trabajadores, vendó los pies desnudos de sus millones de habitantes que caminaban hartos kilómetros para sentarse ante sus rudimentarias maquinas de fabricar rigurosidad. Y en medio de tanta fealdad, la palabra belleza que nadie entiende porque nadie ha quedado a centímetros de la tinta parea transcurrir en el trazo ríspido de la palabra, de entre sus letras, del amor presuntuoso del que escribe con su tinta enrojecida que apenas es sangre aguachenta, sangre enceguecida por la oscuridad de la luz.
Pero, veamos... Estaba encima del barco que encalló en las costas de Dreifus, mientras Francia, laxa entre las piernas de un amante de ocasión, encendía un cigarrillo...

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