viernes, 16 de diciembre de 2011

Sangre

Me la vendieron por medio litro de sangre.
Los primeros tres días no dijo nada, ni una sola palabra.
Al cuarto día pidió comida. Al quinto, se me apareció desnuda y dormimos juntos.
Ni siquiera eso hizo que yo la llamara por su nombre de pila.
Dormimos juntos todo el tiempo que duró aquella maravillosa época.
Tomábamos vino helado blanco; ella escuchaba, con atención, pero no hablaba, ni habló.
No supe el filoso sonido de su voz, ni el sabor de esa saliva que me pertenecía, aún sin probarla.
Esto duró toda esa época, hasta que me deshice de ella.
Fue muy simple.
Una noche calurosa deje abierta la ventana.
A la mañana ella ya no estaba; sólo toque el hundido lugar en la cama, con las sábanas todavía tibias.
Ese mismo día fuí a dar sangre. Y con lo que me dieron por mi medio litro, compré comida.

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