domingo, 21 de noviembre de 2010

Gurú

Pequeños templos herbívoros.
Media docena de desarrapados pidiendo limosna, y automóviles de alquiler de baja cilindrada, demarcando los tiempos entre clases sociales distintas.
Más allá del río sagrado, en donde los cuerpos son puestos a la deriva para que se sumerjan y vuelvan al fondo de los tiempos.
“He vivido otra vida y esta no me gusta…” Me dice una jovencita con un collar de flores y un vestido oscuro. Luego, se ofrece a leerme el futuro en la palma de la mano. Le digo… “Lo siento, no tengo líneas…” Y le muestro. Se ríe y se aleja, maldiciendo que sus peores momentos los desdibuje un hombre sin porvenir.
Hay un calor húmedo en las callejuelas atiborradas de basura y precariedad.
Tengo el mameluco mojado; y la sed es una constante, pero sé que el agua de esta ciudad me haría mucho mal.
Busco en el bolsillo una rupia. La encuentro.
Compro con ella una botella de agua mineral en un tugurio que expende comidas y bebidas.
Un hombrecito rengo me sonríe y me alienta a seguirlo.
No tengo nada mejor que hacer y lo sigo.
Entra en un laberinto de pasillos y puertas. Penetro por una de ellas, detrás de él, siguiendo a mi muñeco sonriente.
Dentro de una habitación, se apuesta a los cambiantes colores de un hombre agonizante.
Es un Gurú.
Hay música. El Gurú a medida que va bajando los escalones de su agonía, cambia en una secuencia imprevisible de colores en su rostro.
A su lado, cinco o seis patanes apuestan en que color se detendrá su vida. Hay una pila de sucias rupias a los pies desnudos del santo.
Ahora, el pobre diablo esta azul suave, un charco de cielo sobre las tablas de madera del miserable lugar.
Los cuatro o cinco sudorosos rugen interviniendo en el cambio de color.
En pocos segundos, el Gurú deriva a un amarillo crema como si irradiara una escena desnuda de privacidad al borde de la tarde en un lugar profundo en su origen; luego, muere.
El gandul que hace las veces de juez dice: Se fue amarillo… Y paga a uno de los que apostó a ese color.
Todos toman un licor verde y hablan entre si mientras el cuerpo inerme del Gurú es retirado por dos niñas que lo llevan rodando hacia otra habitación.
Allí lo prepararan para su viaje, pienso.
Creo que soy demasiado generoso. Por la ventana veo la precariedad y el abandono, y los niños que corretean entre basura, cerca de un río amplio y marrón.
El rengo sonriente me acerca un plato de humeante guiso.
No se lo acepto, aunque le doy una rupia de propina.
Quizás en ese plato lo que humea sea el alma del Gurú, y tomo un trago de mi agua personal.

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