martes, 20 de septiembre de 2011

Esclavo

Tenía prohibido mirar a los ojos.
Esa actitud, dicen, desata el infierno.
Entonces, labraron sus parpados con láminas de vidrio dando asueto social a su mirada por el tiempo que durase la custodia de las vírgenes del harén del sultán, autor de sus días según los dichos de las viejas, autor por otra parte de las paredes de su ceguera.
Una noche, en lo profundo de la antigüedad de esa noche, se sintió solo y quiso llorar.
No pudo.
Un canto lo perturbó de tal manera que buscó con sus manos el origen de ese murmullo.
Y encontró otra piel que por el perfume debía pertenecer al harén.
Tocó piel y formas de mujer, sintió cosquillas en su ingle.
Se puso furioso, pero una caricia lo calmó; y pudo ver por primera vez a través de otra voz.
Alguien lo traicionó.
Y fue torturado hasta la muerte.
Antes de ella, supo que el sultán era su padre y la virgen, su madre; pero por un pequeño y astuto cambio en su vida, sus autores eran desconocidos. Simples y arbitrarios verdugos.