miércoles, 18 de enero de 2012

Casualidad de Sombra

Pierre Menéndez descubrió que, de distinta manera, Sibila Silueta se desnudaba todas las noches junto a la ventana, en una irresponsable necesidad de que el fulgor de las estrellas le tocara la piel.
Pierre se sentaba junto a su ventana para verla cada noche sin excepción; y ella, en un rito sin condenas, se sacaba lentamente la ropa del día mientras alguna luna de la noche, desviaba el transito de las olas, allá abajo, en el océano. Luego, desnuda, Sibila apagaba la luz y se acostaba junto a un gran muñeco con el que hablaba de amor hasta que, vencida, entregaba sus parpados al sueño.
Sibila Silueta se maquillaba con gracia, y salía en la mañana temprano rumbo a su trabajo: engarzaba obviedades. Era fácil pero de paga escasa. Atendía en un mostrador gastado a las gentes que venían con reales verdades; y ella con un formulario daba crédito a cada uno de ellos. Solo documentaba verdades.
Sibila Silueta regresaba tarde, sola. Subía a su coqueto departamento con lentitud casi estudiada y delante de Pierre, mientras este sorbía su clásico 1906, se desnudaba para acostarse.
Una noche, luego de tanto tiempo pasado en la rutina de observar, Pierre se notó extraño; las horas pasaban y Sibila no aparecía. Su ventana continuaba apagada.
Pierre Menéndez concluyó preocupado que Sibila Silueta, pese a su costumbre, no se desnudaría mas para él; ya no.
Pierre se levantó, paseó su flaco espectro entre los muebles de lata y con lentitud de lejía, se recostó en su camastro.
Mientras el día paría claridad, una muchacha llamada Sibila se maquillaba con gracia delante de un espejo y sonreía.
Ya no se desnudaría para extraños. Supo que, a partir de ese momento, la luz se quedaría en su piel.
Sibila Silueta no volvió más a su departamento.
Pierre Menéndez, hasta el fin de sus días, se sentó a esperar la desnudez; cada noche, sin excepción.