martes, 24 de mayo de 2011

DUANNE ALLMAN

Guitarrista Y fundador de los ALLMAN BROTHERS BAND # Octubre 1971


Había descubierto que los dedos iban más rápido que el sonido que iluminaba la sala de grabación. Tome una medida de wiskey. Me mire los dedos a la luz de mis ojos. Quizás el crujido de una hoja que se pisa en el viento mojado de este invierno permanente, o los celos de esa chica que me mira por el vidrio. Todo era artesanal. Había estado en muchos sitios a la vez y en ninguno de ellos sentí la extinción y el desahogo de la velocidad como cuando cruzas el parque, entre los árboles, a 180 millas con la motocicleta; y el sonido es un prolongado siseo como si las llamas que te devoran, se apagaran por una lluvia repentina y fría. No cambio esa sensación por nada del mundo… Bah, si esa chica me dice que la lleve a dar una vuelta a bordo de mi Halley, lo haría de buen modo… Dicen que la palma de la mano es la continuación de un camino iluminado por la luna que da vueltas y me llega a ningún lugar. Busco las llaves en el bolsillo. Me olvido el casco en un rincón de la energía y salgo, hacia ninguna parte…

miércoles, 18 de mayo de 2011

Llamado Telefónico

Me costó conseguir su número.
Marqué tembloroso.
Del otro lado, sentí que algo universal se ponía en movimiento; un interminable sonido que llamaba desde el cielo para que la tormenta se desatase y crezcan los relámpagos, y se iluminen las inflables nubes…
-Hola…
No contestó. Es su voz. Tu voz. La voz de ella. Mi voz. Tantas voces recreadas detrás del firmamento, en los recovecos mudos de un cielo mortuorio…
- Hola; sos vos?
- Hola, contesto con llagas en la voz… Como supiste que era yo?
Ella todo lo sabe, todo lo intuye, todo lo supone…
- Me imaginé, dice con candor… Pero, ya han pasado nueve años…
- Pero, ya pasó mucho tiempo desde la última vez…
Esa ultima vez del desfiladero, de la santificación de los héroes, del laberinto mudo del sacrificio…
- Como estas?
Me ayuda en el silencio su voz, infinitamente más poderosa…
- Bien, le digo, extrañándote…
- Porque vos queres…
Me observa desde lo alto de su montaña.
Yo, desde mi llanura, asiento apesadumbrado…
- Tengo una deuda con vos, le digo minimizando el dinero prestado y no devuelto…
- Si, creo que si; faltan algunas cosas…
El inventario es el siguiente: un candelabro con incrustaciones de jade, una pequeña urna de oro macizo, una deidad de marfil, dos o tres gaviotas de alabastro, y restos del mar visto desde la primavera boreal. Un inventario canallesco, por decirlo con simpatía…
- Te debo ciento cincuenta pesos, digo con voz entrecortada…
- Si; y todo lo demás? observó ella con la sabiduría intacta.
Me estremezco. Me siento un bandido al que han pescado justo en el momento de cruzar la frontera…
- Y vos como estas?
Trato de cambiar mi situación obviando lo demás y pasando hacia la habitación del alma…
- Bien. Pero, porque desapareciste?
Su voz cambió. Ahora parecía terrenal, arbórea…
- Me pareció que vos le dabas demasiada importancia a lo material, y desechabas lo otro…
- No. Su voz se tornó espesa. Me pareció que vos no ibas a cambiar; devolverme la plata y lo otro, hubiese sido lo justo…
El cielo ahora era un hervidero de ruidos magnéticos, cantos y sitios iluminados velozmente…
- Además, el que desapareció fuiste vos…
Allí perdí la noción de si era mi voz o la voz de ella la que decía esto ultimo…
- Mirá, es mejor que dejemos todo como esta; dijo ella sin alongar un ápice su distancia…
- Si; murmuré en retirada…
- Algo más… dije… Tengo un poema para vos, lo queres?
- Si, dijo… Anda a la ventana y déjalo volar. Si toma esta dirección seguro lo voy a recibir, dijo entusiasmada y frágil…
- Bueno, adiós…
- Adiós, sentí en la distancia…
Luego, abrí la ventana y comencé a leer.
Cada palabra abría sus alas y desaparecía en la oscuridad. No pude saber que dirección tomaban, pero por la tormenta que amainaba y las nubes disipándose, creo que habían tomado el camino correcto…

jueves, 5 de mayo de 2011

La fiebre en la trinchera sur a un costado de la Ciudad Madre

Habíamos llegado con la unidad ese domingo, de tarde.
Un rato después, el sargento Moyano me mandó con la pala a cavar una trinchera.
En la unidad me decían Camorrero.
Eran esas unidades que se decían de paz, pero que portaban fusiles, granadas de fragmentación y, por sobre todas las cosas, nada de imaginación.
Solo hacíamos lo que nos ordenaban, sin ningún tipo de discusión moral o fáctica.
Lo hacíamos si o si.
Cuando hundí la pala en la tierra, una arenisca dura y maloliente, sentí un quejido.
No le di importancia.
Seguí con otro golpe y el quejido se hizo más agudo.
La tierra comenzó a sangrar; la noche había avanzado lo suficiente como para que yo no lograra discernir si había allí algún cuerpo o era solo mi imaginación.
Toqué con la mano desnuda las paredes del pequeño agujero.
Estaban húmedas de algo viscoso; y al probar de la lengua, dulce.
Una sangre dulce manaba de la tierra, el quejido provenía de ahí.
Me tomé las señales de vida con mi computadora personal.
El soldado Armado Narval, conocido por todos como “camorrero”, estaba físicamente bien, con sus signos vitales inmejorables.
A la luz verde fosforescente del ordenador, pensé que había alguien más allí conmigo, en medio de la oscuridad.
Me puse las gafas de visión nocturna.
No había nadie en la noche; solo la pala, yo, y un agujero por terminar.
Más allá, a un kilómetro, la Ciudad Madre dormía en el sigilo.
Con desgano, di otra palada; y otra vez, otro quejido.
Ahí si, largue todo y di una orden a través del receptor…
- Camorrero aborta misión…
Y me senté a esperar el vehiculo que me transportaría a la base.
El sargento Moyano, un hombrecillo afable y ridículo, oyó con parsimonia mi explicación.
Luego de un sonoro silencio, me palmeó el hombro y me dio su parecer…
- Este es un país invadido, Camorrero; nosotros somos los invasores y la tierra lo sabe. Sabe mas que los lugareños, que solo son sus invitados… No se preocupe. La próxima vez no use una pala, use explosivos… Vaya nomás, soldado…
A la mañana temprano, dinamitamos amplias zonas del sur de la llamada Ciudad Madre, desde ese momento rebautizada Ciudad Liberada.
No sentimos nada; solo la algarabía de las explosiones.