lunes, 15 de noviembre de 2010

Miel del Adiós

Ella calienta agua en una lata.
El agua hierve bajo la llama azul del caño roto que hace las veces de mechero idílico.
La luna me endulza la noche, dice Luisa tomando dos tazas y colocándoles dos pequeños y perfumados montículos de te.
Me acerco al borde de mi taza, la que me corresponde.
Miro adentro. Luisa vierte agua caliente y se divierte con un pequeño acertijo…
- Ahora, lo endulzamos con un poco de miel del adiós…
Y saca de debajo de la mesa cubierta con un plástico marchito, un frasco de vidrio vivo con restos de miel.
Aparece mágicamente una cuchara entre sus dedos y me coloca en la taza dos cucharaditas colmadas de dulce. Revuelve y me ofrece la taza.
Le agradezco.
Una explosión inmensa nos sacude y sacude la casilla de madera en donde nos refugiamos.
El mechero se apaga. El gas se ha cortado; una lámpara comienza a ceder. Luisa se para, me palmea un hombro y no se como, enciende una vela. Toma un sorbo de te caliente y abre unas cartillas que seguramente ha conservado acerca del final abrupto…
- En el comienzo, la luna me endulza la noche… Dice Luisa, y agrega… con un poco de miel del adiós…

2 comentarios:

Marión L. dijo...

El adiós...puede ser dulce?
El final...un comienzo?
Una pequeña llama,
iluminar todo lo que queremos ver
pues...
no queremos ver todo

daniel ballester dijo...

Polen de Buda