jueves, 5 de mayo de 2011

La fiebre en la trinchera sur a un costado de la Ciudad Madre

Habíamos llegado con la unidad ese domingo, de tarde.
Un rato después, el sargento Moyano me mandó con la pala a cavar una trinchera.
En la unidad me decían Camorrero.
Eran esas unidades que se decían de paz, pero que portaban fusiles, granadas de fragmentación y, por sobre todas las cosas, nada de imaginación.
Solo hacíamos lo que nos ordenaban, sin ningún tipo de discusión moral o fáctica.
Lo hacíamos si o si.
Cuando hundí la pala en la tierra, una arenisca dura y maloliente, sentí un quejido.
No le di importancia.
Seguí con otro golpe y el quejido se hizo más agudo.
La tierra comenzó a sangrar; la noche había avanzado lo suficiente como para que yo no lograra discernir si había allí algún cuerpo o era solo mi imaginación.
Toqué con la mano desnuda las paredes del pequeño agujero.
Estaban húmedas de algo viscoso; y al probar de la lengua, dulce.
Una sangre dulce manaba de la tierra, el quejido provenía de ahí.
Me tomé las señales de vida con mi computadora personal.
El soldado Armado Narval, conocido por todos como “camorrero”, estaba físicamente bien, con sus signos vitales inmejorables.
A la luz verde fosforescente del ordenador, pensé que había alguien más allí conmigo, en medio de la oscuridad.
Me puse las gafas de visión nocturna.
No había nadie en la noche; solo la pala, yo, y un agujero por terminar.
Más allá, a un kilómetro, la Ciudad Madre dormía en el sigilo.
Con desgano, di otra palada; y otra vez, otro quejido.
Ahí si, largue todo y di una orden a través del receptor…
- Camorrero aborta misión…
Y me senté a esperar el vehiculo que me transportaría a la base.
El sargento Moyano, un hombrecillo afable y ridículo, oyó con parsimonia mi explicación.
Luego de un sonoro silencio, me palmeó el hombro y me dio su parecer…
- Este es un país invadido, Camorrero; nosotros somos los invasores y la tierra lo sabe. Sabe mas que los lugareños, que solo son sus invitados… No se preocupe. La próxima vez no use una pala, use explosivos… Vaya nomás, soldado…
A la mañana temprano, dinamitamos amplias zonas del sur de la llamada Ciudad Madre, desde ese momento rebautizada Ciudad Liberada.
No sentimos nada; solo la algarabía de las explosiones.

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