viernes, 19 de noviembre de 2010

Origami

Me entretuve doblando la pequeña servilleta de papel entre los dedos tensos.
De reojo miraba la puerta del bar, con gente que entraba y salía al finalizar el horario de oficina.
Miré un gran reloj colgado encima de la puerta.
Un minuto para las siete.
Tal vez le agarró pánico o se entretuvo más de lo normal en su trabajo.
¿Qué hacía? Ah, sí, era diseñadora de origami en una escuela taller japonés.
Raro, ¿no?
Terminé la obra concepto que tenía entre mis dedos y miré su resultado: una perfecta y querible oca de papel de servilleta.
Una chica se paró en la puerta vaivén y escrutó el interior.
Mis sillas temblaron, ¿sería ella?
Luego, decidida, entró.
Miró cada mesa.
En la mía yo había puesto el libro de contraseña: uno de Mishima.
Ella lo reconoció y se fue acercando.
Observé alguna arruga en su cara producto del cansancio y la tensión.
Me puse de pie.
La invité a sentarse.
Era más baja de lo esperado, pero qué importaba...
Hola... –dije controlando los latidos de saliva –
Hola... – me contestó con emoción seca –
Vos sos...
Penumbra triste, ¿y vos?...
Siervo ardiente... - y le tendí la mano húmeda.

Ella la estrechó contra su mejilla y se acomodó en la silla de enfrente... En medio de ambos, corrían los siglos encolerizados.
Qué querés tomar...
Una coca

Yo tenía el pocillo de café vacío. Pedí otro y la Coca para ella.
Miré a Penumbra y le dije...
Cómo estás...
Salvando las distancias, bien, y vos?
Me incomodó el silencio alrededor.
Dicen que en el centro exacto de los tornados, de la bomba atómica, de las magnas explosiones, en el corazón mismo de cada tragedia no hay nada, sólo silencio; un pequeño vacío que se produce mientras afuera el caos ladra.
Aquí estábamos.
Interrumpió la incomodidad el mozo con la bandeja y el pedido que pomposamente dejó sobre la mesa.
Sentí el ruido de la gaseosa bajar por dentro de su cuello.
Le di un beso al líquido marrón oscuro...
De qué estamos hechos hoy... dije, fijando un comienzo que supuse sería tortuoso.
Hoy somos dos realidades... – dijo.
Y me reí.
Pensé en una telenovela.
Ella me miró divertida, y se puso seria.
Tenía el pelo corto, muy corto; nariz afilada y, cuando miraba, su cabeza bajaba como hacen ciertas especies cuando el cazador las va a sacrificar...
No lo hagas... – dije, estirando la mano y tocando su frente.
Levantó la cabeza y miró hacia fuera, la nada...
Siervo ardiente... de dónde viene el nombre... - quiso saber ella.
En realidad es siervo ardiendo, una especie de comida, pero la traduje mejor, a mi conveniencia... ¿y penumbra triste? Quise saber...
- Es el resplandor que precede al término de la guerra, cuando el campo de batalla sembrado de cadáveres se descompone en completo silencio...
No había tristeza en sus palabras, sólo conocimiento.
Termino su Coca y me miro radiante...
Querés que te haga un origami con esta servilleta...?
Y antes de decir algo, ya estaba en plena faena.
La terminó cuando los cabellos se llevaban el olor del bosque en sus crines y la noche se precipitaba a la orilla del mundo.
Luego me la ofreció.
Una perfecta y querible oca de papel de servilleta.
La acepté emocionado y la guardé junto a la que yo había hecho.
Gracias... – le dije...
La hice pura, para vos... dijo ella.
Luego, se internó en la nada, mirando hacia fuera.
Dimos por terminado el encuentro.
Llamé al mozo y pagué la cuenta, repitiéndome eternamente...
Demasiado caro para ser tan poco y tan corto el tiempo y los pocillos y la Coca...

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