martes, 16 de noviembre de 2010

Circo

Me acerqué a la cortina. Encendí con un fósforo el dorado. El oro comenzó a arder. Los otros aullaron en la oscuridad. Quemar el circo, con todo adentro. Estaba reluciente; Navarrita babeaba. Lo vi por primera vez cuando nos reunimos en la confitería. Tenia “guita”. Tocaba guitarra propia. Me dijo: Que queres tomar, pibe? No me gusto lo de pibe. Yo ya tenía mis buenos dieciocho. Le dije: Algo fuerte… Gritó al mozo: Tráenos cuatro grapas… El mozo era medio sordo. Navarrita acompañó toda esa perorata con gestos ampulosos. El tipo entendió. Cuando sacó de la bandeja mojada la cuarta copa, la mina se rió con todos los dientes. Era linda pero tenia un no se que. Cuando Navarrita me la presentó, ella me dio la mano con sus dedos firmes y fuertes. Eso me deslumbró. Y me miró fijo, deslumbrándome nuevamente… Me llamo Maia, soy la hija de Roxana la trapecista… Ahí estábamos, en la confitería, los cuatro. Los otros dos, guardaban silencio. Lo guardaban muy adentro, tanto que se extinguía como un beso de aire entre los dedos. Uno dijo ser algo de Astarita, el tramoyista; el otro tenia mas guita que Navarrita. Mirá, vamos al grano, Negro…Le dijo Maia a Navarrita. Yo quiero que arda, pero no de placer sino de fuego… Y se tragó la copa de grapa. El liquido fue ardiendo por la garganta hasta tornar rojizo lo oscuro de adentro. Tosí con rencor. El circo abría sus puertas ese sábado. Había que quemarlo hoy… Maia me miró como a un piano desvencijado. La fabula prosigue, querido… El viejo Brown me debe a mi madre; se la voy a cobrar… Navarrita miró el reloj en la pared. Tenemos cuatro horas… El circo levantaba su carpa al principio de Florida, sobre la plaza… Estaba deslumbrante. Maia venia pegada a mi. La miré esas cuadras que caminamos juntos. Era de verdad linda. Le pregunte cuantos años; creo que dijo dieciocho; pero para mi no eran mas de quince… Me dijo de sus aureolas, de sus defectos y no tantas virtudes. Caminaba contando los pasos que daba. Pasamos a un vigilante. Parecíamos cajetillas por eso no nos dijo nada. Llegamos a una esquina y lo vimos. Ese era el circo. Radiante. Ardiente. Había un sereno. Era marinero y le gustaba demasiado el alcohol. Navarrita se lo llevó atrás de un árbol. El camino ya estaba libre. Miré a mí alrededor. Los ojos de Maia ardían. Toqué en el bolsillo la botellita de alcohol. Tenía ganas de tomarme un trago, pero era para otra cosa… Los hechos se precipitaron… Me acerque a la cortina… Esa noche ardieron varias cosas. Maia me besó con pasión. Navarrita me dió algunos pesos. Y el circo ardió definitivo, como solo arden algunas cosas en esta vida

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