domingo, 19 de diciembre de 2010

La Revolución de los Corazones

Alguien me cortó el paso.
Era una sombra corpulenta. Me tomo la muñeca de una de las manos que alce instintivamente, y me la retorció en un guiño oscuro, lleno de dolor.
Empujo mi aturdimiento hasta la puerta abierta de un automóvil detenido, que nos esperaba cerca del cordón de la vereda.
Sentí otras manos y otro dolor.
Luego, el viaje; corto, impensado. No salía de mi asombro turbio.
Una habitación enorme.
Un sillón vacío.
Un hombre que esperaba en una bienvenida cínica…
-Sentate… ¿Cual es tu nombre de pila? ¿Con el que comúnmente te nombran los que te conocen? Bien… Yo soy… De ahora en adelante, “El Ayudante del Maestro”… Al maestro todavía no lo vas a conocer, antes tengo que saber algunas cosas que vos sabes y me vas a decir… Por supuesto, si vos querés…
El hombre que hablaba era una rara mezcla de presentador de escenarios y pequeño estratega de sepelios. Un indefinido que poseía fuerza bruta y no dudaba en utilizarla.
Un gritillo homosexual irrumpió en mi garganta. No podía dominar personajes y el “Ayudante del Maestro” lo sabia…
-Ahora, vas a conocer a Salvador Pena, “El Cosedor”…
Me susurró cerca del oído luego de haberme golpeado salvajemente ese lado de la cara que quizás debido a la violencia, estaba en penumbras.
Sentí que mi jorobado se perdía en un callejón escapando de los Nazis de cuero lustrado y navajas relampagueantes.
El “Cosedor” era un hombrecito común que sonreía serio y perfumado. Llevaba un delantal blanco lleno de manchas terrosas secas y traía una gran aguja enhebrada con un hilo que ondulaba en el aire seco de esa mazmorra.
Me cosió la oreja con ademanes filosos.
Quise defender mi territorio pero estaba atado con gruesas correas al sillón.
El “Ayudante del Maestro” temblaba de gozo al ver como la aguja se insertaba en la carne y unía la oreja a la tirantez de la piel; y toda esa sangre bañando mis pantaloncitos ceñidos.
Cuando terminó, el “Cosedor” inspeccionó su trabajo y asintió satisfecho.
El “Ayudante” se acercó y con un dedo seco, tocó la zona dolorida.
Una tormenta eléctrica sin sonido recorrió toda mi cabeza.
El torturador agregó…
-Esto es solo el comienzo; y esta también es la primera pregunta que tenés que contestar… ¿Donde estabas el Día de la Revolución de los Corazones…?
Hable aturdido; de ese día primaveral en donde por orden del poder de turno en ese entonces, todos y cada uno de los habitantes de esta tierra magnifica, éramos libres de una vez y para siempre. Entonces, debíamos festejar, abrazarnos con el otro, que era nuestro igual, el que estaba a nuestro lado y reía en ese luminoso acontecimiento.
Yo estaba, en ese momento, con “Frondoso”, con el “mimoso de Córdoba”, con “Florecido”, con todos ellos, en la Comunidad, pintándonos los cuerpos esbeltos de colores vivos, envueltos de alegría ante el nuevo nacimiento.
Por alguna razón que desconozco, al “Ayudante del Maestro” no le gusto mi respuesta.
Comenzó una andanada de golpes a mis partes indefensas; destrozo con conciencia cada uno de mis dedos, a destajo la zona de mis genitales y con peculiar eficacia, mi rodilla derecha.
Lo vi a través de su salvaje baile sobre mí, con el traje desmañado y la corbata floja, manchado con gotas de mi sangre, y su sonrisa rancia coagulándose en el filo de su cara.
Vino el “Cosedor” y trabajó sobre mi parpado derecho.
Ya no lo sentía.
Los sentidos, como un matrimonio viejo y cansado luego de un tiempo largo junto, ya no se reconocen, están sin estar, digo… Y el “Ayudante” que paladea mis pensamientos, se ríe ante esta tontería.
Y me muestra fotografías de personas que alguna vez conocí y pasaron por las agujas del “Cosedor”, todas atravesadas con costuras, cerrados cada uno de los orificios del cuerpo, maniatados con latidos y produciendo saliva.
Me desmaye.
Creo haberlo hecho.
Un vaso de agua estallando en mi cara, me despertó.
Sentí otra vez la lengua ausente del “Ayudante del Maestro” preguntando…
-¿Donde estabas el Día de la Revolución de los Corazones?
Vi la cara aterrorizada del jorobado, escondido dentro de un gran tacho de basura mientras una horda de Nazis con sus cachiporras apaleaban hasta la muerte a un indefenso que casualmente pasaba por ahí.
Bese con apasionamiento al “mimado de Córdoba” y le colgué del cuello una guirnalda con flores de papel que habíamos hecho nosotros mismos. Salimos a la calle a festejar; todo el mundo lo hacia. En ese momento estaban los conocidos y los desconocidos ensayando alegría por la calle, entre los automóviles, en la ciudad toda…
El “Ayudante” comenzó con su golpiza habitual.
Me estaba pateando en el piso cuando, por alguna razón, dejo de hacerlo.
Se acerco a mi aturdimiento.
Lo oí como se oye un crepitar de pájaros lejanos en lo alto de un árbol oscuro en un bosque de más allá de todo esto…
-No te voy a matar, no… Vas a despertar y vas a olvidar todo esto, pero… Tené cuidado, puedo volver… Y voy a volver a preguntarte donde estabas el Día de la Revolución de los Corazones… Y vas a hacer un esfuerzo por recordar, porque si no…

Súbitamente, me senté en la cama; todavía, por la ventana, hervía la noche.
Me toque la cara.
Estaba empapado en transpiración.
Un mal sueño con seguridad.
Me levante, camine unos pasos, y encendí la luz del baño.
Abrí la canilla del lavabo y me moje la cara.
Inspeccione el paisaje. Nada anormal.
Entonces, lo descubrí… Imperceptible, un hilo finísimo que salía de la piel cerca del lóbulo de la oreja derecha.
Tire de ese extremo y un dolor inevitable surgió de esa parte de la cara.
Volví a la cama en penumbras.
Sabia, ahora lo sabia, que pronto, cuando me durmiera, tenía que saber donde estaba yo el Día de la Revolución de los Corazones…

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