martes, 14 de diciembre de 2010

Anteojos

"Dicen que somos lo que vemos..."


Uno
El doctor Segundo Marconi avanzó entre las mesas del "Capitol".
Allá adelante, sobre el escenario, Sandrinne se sacaba la prótesis y dejaba el muñón de su pierna derecha al destello de un haz de luz roja.
El doctor Marconi babeó de contento; y se sentó en una silla muy próximo a Sandrinne, quien lentamente se acariciaba la pierna ficticia, dejando en el aire sus dedos.
El mozo se apersonó con presteza y recibió el pedido del doctor: una menta bacará.
Sandrinne se puso de pie semidesnuda, ensayó una leve genuflexión, y abandonó el escenario.
Una voz cansada anunció por los parlantes a la próxima estrella.
Dolores ORiordan.
Dolores era ciega y la preferida del doctor Marconi.
Su cuerpo abundante y espectacular era sobriamente fugaz.
Arriba, en el entarimado de brillos y fantasía, Dolores en un día de lluvia y truenos, perdía a su perrito pompón blanco en la plaza colmada de transeúntes que huían del aguacero.
Empapada, con la escasa ropa pegada a su cuerpo, Dolores bailaba con calculada sordidez.
El doctor Marconi se emocionó hasta las lágrimas.

Dos
Dolores, ya sola en su camarín, cubrió con maquillaje las ojeras que sentía en el rostro; cuando tres golpes sonaron a la puerta.
Con voz monocorde dijo “adelante” y la puerta se entreabrió.
Era Marconi, con un ramo de flores.
El perfume abrumó a Dolores, que adivinó quién era.
Ya lo había tocado alguna vez.
Dolores le dio las gracias y preparó un florero con agua para las rosas.
A los tumbos anduvo con esto hasta que el doctor se ofreció a hacerlo.
Dolores le tocó los ojos y le preguntó si había sido boxeador alguna vez.
Marconi le contestó que no, que sólo tenía facilidad para llorar.
Se tomaron de las manos y rieron juntos sin tener alguna excusa para esta fiesta.
Dolores le pidió entonces a Segundo Marconi que le consiguiera dos ojos.

Tres
El doctor Marconi pensó que sería fácil.
Se encaminó tarareando hacia el lúgubre hospital, una casona blanca al final de un camino de piedras.
El doctor carraspeó ante la ampulosa vigilante que sentada en el amplio vestíbulo, resguardaba de curiosos e intrigantes los vaya a saber qué ocultos secretos del hospital y alrededores.
El doctor Marconi le contó con candor qué lo traía por ahí, y la vigilante, mirándolo con socarrona lentitud, le dijo que eso allí era imposible, que probara vía epistolar y dio dirección y forma.
Luego, lo hizo acompañar por dos guardias, quienes con presteza lo despacharon a la noche.
Marconi se sacudió el polvo de sus ropas y se sentó en una enorme piedra blanca a pensar una estrategia.

Cuatro
El doctor llamó a la puerta lateral de hierro.
Un enfermero con voz cascada le preguntó desde adentro quién era.
Marconi le dijo que era de la panadería, alguien del hospital había pedido pan recién horneado.
El enfermero, dormido por las horas y el ajetreo, lo dejó desvanecerse en los interminables pasillos del hospital.
Anteojos, observó Marconi, estaba en el primer piso.
Subió confiado las escaleras y ya en un pasillo iluminado por tubos lívidos, buscó la puerta.
Descartó varias con carteles incorrectos, y encontró lo que buscaba al fondo de su derrotero.
Una puerta le anunciaba anteojos.
Accionó el picaporte y entró.
Estaba oscuro.
Buscó a tientas la perilla de la luz y la encendió.
Pestañeó ante la grandeza de lo descubierto.
Era del tamaño de un galpón o eso le pareció al doctor.
Una gran mesa en medio, y a los costados paneles, infinitos paneles con pares de anteojos.
El doctor Marconi se sentó a la mesa y procedió a inspeccionar un par de anteojos de gruesos marcos.
Todos llevaban una tarjeta prendida con un cordón de color agua.
Con letra bella se dejaba leer en las tarjetas:
genero: masculino- adulto –color negro profano.
Observación del lente:
“El violín buscó la algarabía de un recuerdo.
El que tocaba lo hacía con ojos cerrados, y movía los pies, balanceándose en un aire difícil pero necesario.
Unos nudillos tocaron a la puerta.
Mire por sobre mi hombro, unos hombres traían la novedad: se había prohibido la música...”
El doctor buscó en las alacenas llenas algunos pares de anteojos con sus tarjetas.
Leyó...
Género: femenino – adolescente – color azul mate dinamitado
Observación del lente:
“He descubierto en mi amiga recién sacrificada, quién soy y qué debo hacer conmigo.
Miro el muñón en que quedó convertida mi pierna al querer atravesar el muro.
Los guardias a dos pasos se divierten. Uno de ellos corta la energía de ese tramo y me devuelve la pierna que antes me pertenecía...”

Cinco
El doctor Segundo Marconi volvió con los bolsillos llenos.
Llevaba varios pares de anteojos para Dolores.
Algo andaba mal.
Habían clausurado el Capitol y, como todo lo clausurado, procedían a dinamitarlo.
El doctor se alejó atribulado calle abajo.
¿Cómo haría para localizar a Dolores?
Recordó que ella le había comentado que vivía en algún lugar de Matanzas, cuando se volvió a ver la explosión; un hongo verdoso que sólo astillaba lo necesario.
Matanzas era demasiado grande para el doctor Marconi, y se sentó en una piedra para pensar una estrategia.

Seis
Marconi se volvió a mirar la noche.
Allí, entre pedazos de vidrio molido y aullidos profundos, se encontraba la luna.
Revisó un bolsillo y extrajo un pequeño par de anteojos.
La tarjeta decía “libre”
Enfocó por el pequeño lente hacia arriba y vio, aumentada, su desdicha. No había error, solo la certeza de la inmensidad.
Levantó del suelo un papel blanco.
Era una propaganda, un nuevo lugar de diversión con chicas, tragos llamado “Cosmopolitan”.
Estaba cerca de donde él se encontraba.
Quizás estuviese Dolores o al menos Sandrinne...
Iba tirar los anteojos, pero ahora todo adquiría una visión más clara.
Silbando, el doctor Segundo Marconi, con al manos en los bolsillos, busco el camino hacia la felicidad…

Epilogo para Obdulio
La luna modificaba las ruinas del cielo.
El doctor seguía masticando la información en la tarjetas de aquellos anteojos: qué era ese muro, la prohibición de la música, por que tantos anteojos en ese sitio y no en las caras...
Una mano rozó su hombro, era la luna que quería bailar.
El doctor preguntó por qué...
La luna le dijo en un suspiro que quería danzar con el último sobre la tierra.
El ultimo qué... repuso Marconi.
La luna solo se arremangó las enaguas y bailó con el doctor sobre los océanos encaprichados, sobre las menstruaciones de las Vírgenes…

















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