martes, 6 de marzo de 2012

Un mago

Uno culpa de todos sus males a la suerte.
Mala suerte si a uno le va mal, buena suerte si a uno le va bien.
Mi amigo se sentó sobre la mina y voló en pedazos; unos pedazos tan grandes que me sorprendió reconocerlo con tanta facilidad.
Era otra de esas guerras en donde ambos enemigos habían comentado el estado del tiempo el día anterior.
No podía deletrear el nombre del pueblo pero sabía por las armas, que todo terminaría tan desastrosamente como había comenzado.
Al italiano lo conocimos en un pueblito pobre al que entramos mientras estallaba todo alrededor.
Estaba hundido en un pozo negro, atrapado por el olor, aturdido pero en buen estado.
Era mago.
Un mago italiano que la guerra había sorprendido en ese pueblo apenas pronunciable.
Lo ayudé y en un castellano aceptable me agradeció con unos trucos.
Seguimos juntos un par de días.
El iba a lugar seguro, nosotros supuestamente también.
Una noche le pedí que me hiciera desaparecer.
El tano me miró tristemente y me dijo que no podía hacerlo, que ese era el truco que perseguía en su vida.
Al tercer día, en otro pueblo pobre cuyo nombre era inalcanzable, durante un intercambio de morteros, el italiano desapareció.
Encontramos sus botas humeantes y todos, emocionados, aplaudimos su último truco.

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